Se acabó, sí, se terminó…
No se cuándo, ni cómo, pero esta etapa terminó… bueno, sí lo
sé, lo sé todo, lo recuerdo, lo viví, lo disfruté y lo sufrí. No puedo decir
que “parece que fue ayer”, porque no
lo es, no lo parece y, mucho menos, así lo siento.
Pasaron 5 años, todos y cada uno de ellos, los recuerdo
claramente; siempre supe que los
estaba viviendo y que estaban pasando pero no estaba tan consiente de que este
momento, eventualmente, llegaría.
En realidad lo que motiva este desahogo a blanco y negro no
es que no sepa en qué momento se terminó, lo que lo motiva es que ya me llego el
momento de vivir la etapa desde la cual tanto tiempo los grandes, con
unanimidad, me decían: “vas a extrañar
todo lo que has vivido. Habrán sido los mejores años de tu vida”, y lo que pasa,
es que siempre me ha parecido que lo dicen con un tono de tristeza y no se cuantos
tonos más de añoranza.
Lo que motiva este post es que yo no quiero ser parte de
esa unanimidad, eso, me da miedo.
Muchos piensan y me dicen: “Cálmate, no es la gran cosa. Sólo es un trabajo. Yo trabajo desde el
2do año de la carrera”, pero resulta que para mí no es sólo tener que conseguir
un trabajo y ya, para mí es el término de una etapa IMPORTANTISIMA en mi vida, una
etapa que decidí disfrutar al máximo y por completo, una etapa donde me conocí, me encontré a mí misma, donde gané
experiencias, aprendizajes de vida, maestros, amigos, madurez, fortalezas y tantas cosas
más que de seguro ni nombre tienen. Es el término de una etapa en la que grité, lloré, reí, me caí, me levante y
seguí, en la que no me adelante en nada y en la que cuando
quise hacerlo, el Universo, para permitirme vivir su final, me puso un freno,
me paró en seco, me dio otra oportunidad y me enseñó que las cosas son, literalmente,
“con calma, pero sin prisa” y que “del apuro, sólo queda el cansancio”.
Esto último ha hecho de esta etapa mucho más de lo que ya venía siendo y se
convirtió en EL MEJOR SUCESO de ella.
En conclusión, tengo miedo al cambio, a que ya no hayan tantas
cosas por hacer, a la inactividad mental, a no ver a mi gente todos los días, a
la ausencia de una búsqueda constante (interna y externa), a la rutina, a ser
grande, a tener carro, a no volver a gritar “MIERDA”,
a no tener tiempo para estudiar cosas nuevas, y por último y más
importante, tengo miedo a verme ahí, en círculo, con un nombre que decir y una
vela en mano que apagar.
Es miedo a dejar de estar.
Es miedo a que sea cierto.
Es miedo al “CRECÍ”.